Definitivamente soy un fanático de "El Señor de los Anillos". Los libros, las películas, el ambiente medieval, la magia y la fantasía me cautivaron desde hace muchos años. Y cada día se puede descubrir más en ellos por la profundidad del pensamiento de Tolkien; da gusto decir que era creyente.
En la adaptación al cine, cuando están por emprender la aventura para vencer al maligno Sauron destruyendo su anillo de poder, los personajes principales, Sam y Frodo, tienen un interesante diálogo saliendo de la región donde vivían: la Comarca. Sam se detiene y le dice a Frodo:
"Si doy un paso más, será lo más lejos que he estado de mi hogar en mi vida."
En esta aventura, la Comarca no es sólo su hogar sino un símbolo de seguridad, de calidez, de protección. Una zona de confort donde las preocupaciones exteriores son ecos y se puede vivir en la tranquilidad de la flojera y la comodidad. ¿Cuántos no vivimos en una pequeña comarca intelectual todavía? Buscando seguridad en consejos de amigos, buscamos autores y escritos de nos hablan de nuestra concepción del mundo cuando lo que nos pide la humanidad y la fe es ir más allá, tocar y curar las periferias existenciales.
Pero antes de empezar una cruzada épica, hay que tener en claro lo extraño del mundo exterior, de las ideas nuevas, de las costumbres diferentes. Todo el que ha experimentado un viaje o tan sólo convivido con personas distintas a la familia se da cuenta que ese choque puede ser enriquecedor o profundamente detestable. Pero yo estoy seguro que la vida humana implica precisamente ese choque, que se traduce después en un aprendizaje.
¿Cómo hacerlo más llevadero? Dos principios cristianos nos dan una pista: Ama al prójimo como a tí mismo, y el que se deriva: trata a los demás como quieres ser tratado. Sin embargo, es preciso entender la profundidad de este principio. Como tal, es un tema que debe ser conocido y amado antes que aplicado como una normativa moral infalible. La Escritura no es sólo un sistema de reglas morales sino la revelación de un misterio.
Amar a los demás y tratarlos como quiero ser tratado emana necesariamente de una comprensión respetuosa de mi propia dignidad como persona, como ser humano y, si soy creyente, como hijo de Dios. Entendida esa dignidad a partir de mi mismo, puedo ser capaz de proyectar mi vida hacia los demás en base a esa misma dignidad. De ahí emanan valores cristianos que han sido secularizados y relativizados: la tolerancia, el respeto mutuo, la libertad de pensamiento, libertad religiosa, etc.
¿Qué tiene esto que ver con Tolkien y la apertura al mundo? Al igual que Sam, muchas veces conocemos el límite de nuestra comodidad, reconocemos lo lejos que hemos podido llegar considerando nuestras experiencias y reflexiones internas. El juicio de nuestra conciencia muchas veces dice: hasta aquí. Pero hay un tema delicado en este punto: ¿en que basamos las percepciones de nuestra conciencia? ¿en que se asienta nuestro sistema moral?
Entre filósofos y sicólogos lo denominan "sistemas de referencia". Un sistema de referencia es una escala personal que nos permite medir un objeto en base a otro. El ejemplo más sencillo, si quiero fotografiar el fruto de una pesca, tomo la foto del trofeo junto con la de un objeto cotidiano, para así mostrar la proporción del animal. Sencillo, porque todos conocemos el tamaño de un lápiz. Ahora elevémoslo a un nivel moral y de costumbres.
Si me enfrento a una costumbre distinta, a un amigo que prefiere dormir hasta tarde cuando yo soy capaz de madrugar o viceversa, o cuando trabajo en una oficina que tiene un sistema más o menos eficiente que mi anterior empleo, o cuando me topo con una persona que considera buena tal o cual práctica por mi rechazada, estoy a un paso de salir de la comarca existencial.
¿Cómo sé que tanto tengo que abrirme al mundo? Es una pregunta que cada uno debe responder a conciencia. Pero es un tanto más fácil partir de un nuevo sistema de referencia. No de abolir el anterior, el propio, sino tomar un punto de partida diferente. Si quiero catar un buen vino no tengo que comparar los sabores con un helado cremoso. Sería un fracaso. Lo mismo que ocurre con los niños que prueban una cerveza por primera vez: al estar acostumbrados a sabores dulces, un sabor amargo les causa un rechazo que, en algunos años, les hubiera sido bastante beneficioso. Cambiando la escala de referencia soy capaz de aprovechar mejor desde un sabor hasta la convivencia personal.
La línea entre la tolerancia y el relativismo es muy delgada, pero también lo es la línea entre sostener mis convicciones personales y vivir con actitud inquisidora. Sin embargo, esto nos pone ante una propuesta nueva: la moralidad de los actos y las decisiones diarias no pueden regirse completamente por un sentimiento interior de aceptación o rechazo.
¿Hay una moral absoluta? ¿Hay una verdad a la que debo acoplar mis percepciones personales? Yo creo que sí, pero en eso consiste la búsqueda y una verdadera formación de conciencia. Lo que sí es cierto es que aplicando los sistemas de referencia podremos ser capaz de aprovechar mejor una comida exótica, unas costumbres diferentes y, a partir del reconocimiento de la dignidad humana, una amistad nueva, una nueva evangelización.