Retomando las reflexiones sobre la combatividad como una virtud cristiana, hoy abordaremos los dos aspectos finales: la relación de la combatividad y el sufrimiento y algunas reflexiones sobre cómo vivirla en el mundo de hoy.
La combatividad y el sufrimiento
Hemos visto algunas características de la combatividad en su forma activa. Sin embargo, de forma pasiva esta virtud no deja menores frutos en el alma.
Por ejemplo, la combatividad pasiva nos ayuda a soportar con paciencia las tribulaciones propias de la vida cotidiana y las del combate espiritual. La tribulación cae sobre el alma combativa como un gran peso sobre un resorte. Mientras más agudo sea el dolor y más aplaste esa pobre alma, más pronto se verá libre de ese peso y con más fuerza se levantará cuando Dios permita el paso de esa cruz.
La combatividad también nos brinda un fruto importantísimo para la tribulación: la entereza del alma. La combatividad tiene la capacidad de compactar todos los dones, virtudes y méritos en un alma hasta hacerlos duros como un mármol. Cuando una ventana es alcanzada por un proyectil, el frágil vidrio, al igual que esas almas débiles y excesivamente sensibles, se quiebra por completo, queda hecho añicos y no sirve más para nada. Mientras que, el mismo proyectil dirigida contra un bloque de mármol no lo quebrará ni lo destruirá. Tal vez logre arrancar pequeños pedazos de este, al igual que un escultor que confía en la entereza del mármol para cincelarlo y hacer de él una escultura sublime, cosa que sería imposible con un cristal o peor, con simple arena.
Dado que los sufrimientos y tribulaciones no faltan en la vida cotidiana y menos aún en la vida del cristiano, conviene que admiremos y pidamos con mayor fervor esta virtud para el combate diario. No basta con sufrir, sino que debemos aprender a sufrir como Dios quiere.
El alma bautizada es como el instrumento que suena bello con el golpe o rozar de unas cuerdas. Pensemos en un violín, que de no estar tensa la cuerda según cierta presión, el sonido que producirá sería miserable. También un piano de cola debe tener cuerdas internas resistentes y tensas para el golpear de los pequeños martillos que componen las teclas. Esa es la función de la combatividad en el alma, tenerla bajo cierta tensión y expectativa, lista para reaccionar ante una acción de la gracia divina y producir los efectos que esta le pide.
La combatividad en el mundo contemporáneo
En el mundo de hoy, ejercitar la virtud de la combatividad consiste en una contradicción flagrante con los principios relativistas y de falsa tolerancia que imperan en la actualidad.
En la sociedad el “autocuidado”, el hedonismo y el conformismo, hay poco espacio para quienes pueden realizar sacrificios temporales por beneficios futuros, y ni se diga quienes buscamos recompensas en la vida eterna.
Entonces, la combatividad nos inclina a dos principales modos de acción en el mundo contemporáneo: la reafirmación de la verdad y la perseverancia ante el aislamiento social.
En cuanto al primer elemento, nunca había sido tan difícil como ahora reafirmar la verdad, en medio de un mundo relativizado y consumido por la cienciología y el sentimentalismo. La verdad, que brilla por sí misma, aunque no necesita quién la defienda, sí requiere que la proclamemos.
La combatividad permite a las almas proclamar la verdad en multiplicidad de foros, de modo que podamos no sólo defender pasivamente de los ataques a ella, sino efectivamente oponernos con argumentos astutos y ejemplos claros, mientras resistimos falacias y calumnias de quienes la rechazan y tergiversan. La combatividad afina los sentidos de la inteligencia, permite concentrarse en el objeto de la proclamación y no desviarse para atender ataques personales y otras vanidades. Hace mantener la paz dentro de la contradicción y la humillación, porque sabe que proclamar la verdad es más importante que salir intacto en nuestra integridad.
Finalmente, es importante considerar la fortaleza que brinda la combatividad frente al aislamiento o la exclusión social por parte de quienes no viven en la verdad. Este efecto es importante porque contradice la naturaleza social del hombre, sus deseos de pertenencia a un grupo social y los instintos por sobrevivir al amparo de la manada.
Aunque estos instintos psicológicos y primitivos nos inclinen a ser parte de la sociedad y conjugar nuestras ideas con las de los demás, habrá momentos en la vida del cristiano donde, para mantener la cercanía con Dios, no se puede “seguir la corriente”. En esos momentos, la combatividad nos permite romper el velo de unidad entre las personas, sin necesidad de ofenderlos o interpelarlos, pero sí evitando el miedo a la incomodidad, a “quedar mal” o recibir críticas. Porque quienes se juntan a hacer actividades indebidas no pueden soportar al que, por conciencia, se aparte de ellos. La combatividad permite resistir a invitaciones insistentes y a críticas férreas. Permite salir airoso de esos ambientes para mantener el encuentro con su Creador y continuar las tareas cotidianas y evangelizar en un momento más oportuno, sin el miedo a ser excluido o a no pertenecer.
Esa combatividad contraria a lo mundano viene inspirada de las más dulces y radicales palabras de Nuestro Señor:
“Quien no está conmigo, está contra mí. Quien no recoge conmigo, desparrama.” (Mt. 12.30) Y: “quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi” (Mat. 10. 38).
Que el amor a la Cruz y a la Verdad nos permita cultivar y vivir esta sublime virtud.